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¿Por qué nos sentimos mal cuando estamos enfermos?

Tu cuerpo entra en guerra, y te lo hace saber

Fiebre. Dolor en las extremidades. Irritabilidad. Somnolencia. Pérdida de apetito. ¡Felicidades, tienes gripe! Bueno… en realidad, nada de «felicidades». La gripe es molesta, increíblemente inoportuna, peligrosa, y tarda en irse, pero al mismo tiempo instala una duda: ¿Por qué debemos sufrir una guerra civil biológica cada vez que aparece? Como si eso fuera poco, el caos no se limita a los cuadros de gripe, y la gran mayoría de las infecciones generan una reacción similar. La respuesta, va más allá del propio patógeno…


«Una semana de reposo, mucho líquido, nada de antibióticos». ¿Cuántas veces hemos escuchado esas palabras en la boca de un médico después de detectar gripe? El objetivo no es otro más que ayudar al sistema inmunológico a concentrar su poder de fuego sobre el bicho en cuestión y optimizar el tiempo de recuperación, pero una cosa es decirlo, y otra hacerlo. La verdad es que no tenemos tiempo para la gripe, y eso siempre le da revancha, lo que puede llevar a situaciones potencialmente peligrosas (no descansar, automedicación, etc.).

Mientras tanto, además de escupir demonios en todas direcciones, sentimos puñales en cabeza, brazos y piernas, volamos de fiebre, el sueño nos golpea como si fuera un yunque, y el hambre se toma vacaciones. La pregunta… es por qué.


Malestar y enfermedad


Aunque parezca mentira, el responsable no es el patógeno en sí. Apenas es detectado en el sistema, los macrófagos salen al cruce y comienzan su ataque, destruyendo al virus y las células infectadas por igual. Acto seguido, los macrófagos comienzan a producir proteínas llamadas citocinas, cuyo rol es reclutar y gestionar más células para concentrar su ataque, e incluyen acciones proinflamatorias y pirógenas (fiebre).

En el mejor de los casos, la infección es neutralizada antes de sentir sus consecuencias, pero si el virus se esparce al resto del cuerpo, el sistema inmunológico debe operar a gran escala y coordinar esfuerzos con el cerebro. La producción adicional de citocinas estimula al nervio vago, transmitiendo información al tronco cerebral, donde se procesa el dolor.

Después, las citocinas viajan hasta el hipotálamo, nuestro «control» de temperatura, hambre, sed y sueño. A su vez, el hipotálamo produce prostaglandina E2, mediador de la respuesta febril. El hipotálamo ordena la contracción muscular, induce el sueño, y cualquier idea de comer o beber se va por el caño.

Entonces, ¿cuál es el plan definitivo? ¿De qué sirven la fiebre, las náuseas y los dolores al momento de combatir una infección? Varios estudios sugieren que asisten en la recuperación. El aumento de la temperatura disminuye la presencia de bacterias, e incrementa el poder de ataque del sistema inmunológico. El sueño es interpretado como una reasignación energética, canalizando más recursos hacia el combate de la infección.

Al no ingerir alimentos, el hígado accede a buena parte del hierro en sangre, acción que mata de hambre a las bacterias que lo necesitan. La espada de doble filo es la deshidratación. Por un lado, disminuye la transmisión del patógeno (menor número de partículas en estornudos y tos, menos vómitos y diarrea), y por el otro, debe ser mantenida a raya.

Finalmente, los cambios de ánimo y la confusión son producto de las citocinas y la prostaglandina E2 alcanzando a otras estructuras cerebrales (la corteza y todo el sistema límbico), afectando su correcto funcionamiento.

(De nuestros archivos, publicada en febrero de 2018, con algunos ajustes extra. He notado mucha gente enferma en estos días. Dicen que hay una nueva variante de COVID… ¿no habíamos cerrado ese antro?)


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Escrito por Lisandro Pardo

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