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¿Por qué el paso del tiempo se percibe más rápido a medida que envejecemos?

Acelerando hacia el vacío

Nos va a pasar a todos. ¡Y también te va a pasar a ti!“, podríamos decir, casi copiando las palabras del Abuelo Simpson en ese episodio sobre la vejez. ¡Y es que no hay salida! Incluso mientras lees esto, tus celulas se están degradando, haciendo copias inferiores de sí mismas a cada segundo. Y hacerse viejo es bastante molesto, para qué mentir. Porque además de la disminución progresiva de la fortaleza, los dolores de huesos, la pérdida de memoria y agilidad mental, entre otras cosas igual de horribles, también hemos de tolerar el chiste más absurdo en toda la creación universal: a medida que envejecemos, más rápido percibimos el paso del tiempo.

O sea, y para ponerlo en otras palabras, nacemos con un pie en un acelerador que vamos presionando progresivamente a medida que pasan los años, hasta finalmente estrellarnos en el gran muro de nuestro propio fin. ¡Sin frenos! Derecho, y cada vez más rápido. Si existe un creador, sin dudas tiene un extraño sentido del humor.

Y esto no es algo nuevo. Todas las personas que nacieron alguna vez, y que no murieron demasiado jóvenes, llegaron a experimentarlo. Tú mismo te puedes dar cuenta, recordando cómo se arrastraba una semana cuando eras pequeño, y cómo pasa volando ahora, que ya estás bastante más grandecito. ¿Puedes darte cuenta? Bueno, eso mismo te va a seguir pasando a un ritmo de constante aceleración, hasta el día de tu muerte. ¡Yipi!

La percepción es relativa al tiempo absoluto vivido

Lo más interesante de todo esto que aún no hay una respuesta de por qué sucede. Estamos lidiando, después de todo, con la percepción humana, algo realmente dificil de medir. Hay, como siempre, muchas hermosas hipótesis de porqué las cosas son como son. De esas hipótesis, una de las más interesantes es la que Paul Janet, un filósofo francés nacido en 1823. Para entender la hipótesis de Janet de forma fácil y didáctica, lo mejor es remitirte a la infografía interactiva creada por mi tocayo Maximilian Kiener, a la que puedes entrar pinchando en la foto debajo.

La infografía, para probar su punto, también se acelera a medida que pasan los años
(Clic en la imagen para acceder)

Si no tienes ganas de andar viendo infografías, te la resumo: dice que la manera en la que percibimos el tiempo es relativa al tiempo absoluto vivido. Por ejemplo, con dos años de vida, un año es la mitad del tiempo absoluto vivido. Por lo tanto, una eternidad. A los cincuenta, sin embargo, un año es una quincuagésima parte del tiempo absoluto vivido. Por eso, y en comparación con todo lo que ya llevamos vivos, nos parece bien poca cosa.

Es que según Janet, la percepción del tiempo no está atada al presente, sino en relación al pasado. O sea, es un proceso de comparación constante entre un concepto que nunca cambia (el tiempo, las horas, los años) con un valor incremental (nuestro tiempo pasado acumulado). Según esta hipótesis, para poner más ejemplos, suponiendo que llegues a vivir 100 años, la MITAD de tu “vida percibida” se acaba a los 7 años. ¡Maldito seas, tiempo!

La hipótesis de David Eagleman

Por experiencia personal, y ya que son todas hipótesis, me inclino a creer más en aquella postulada por el neurocientífico David Eagleman, que vincula la percepción del tiempo al esfuerzo que hace nuestro cerebro para comprender cosas nuevas. De chicos, en la medida que aprendemos todo lo necesario sobre este mundo, estamos procesando información nueva a cada momento, por lo que el cerebro tiene que estar super activo y percibe el paso del tiempo de una forma también más activa.

A medida que envejecemos, el mundo comienza a lucir cada vez más familiar y rutinario, dejamos de estudiar y de aprender, todas las experiencias encajan en cosas que ya nos son conocidas, por tanto nuestro cerebro no hace esfuerzo alguno y entra en un modo automático en el que apenas percibe el tiempo que pasa, pues es todo igual a lo anterior.

Dali la tenía muy clara
Dali la tenía muy clara

De igual forma, la cantidad de experiencias memorables que nos sirven de hitos dentro de nuestra línea de tiempo, muy útil para orientarnos en esto que no podemos controlar, disminuye a medida que cumplimos años. Entre la primera bicicleta, el primer beso, la primera vez que fuimos a la escuela, etc, hay muy poco tiempo de diferencia. Sin embargo, envejeciendo sin gracia, uno tarde o temprano se descubre mirando para atrás y recordando que aquello tan memorable que le ocurrió una vez, ¡fue hace como 10 años! Claro, a uno le parece que fue ayer porque todo el tiempo entre medio ha hecho exactamente lo mismo y no encuentra manera de ubicarse en tanta homogeneidad.

En definitiva, si le creemos a Eagleman, para vivir más años, o al menos para percibir que vivimos más años (que es más o menos lo mismo), no solo hay que forzarse en aprender cosas nuevas todo el tiempo y encontrarse dispuesto a abrazar todos los cambios posibles, sino también llevar una vida donde los sucesos memorables no tengan demasiada distancia entre sí. O sea, una vida de aprendizaje, aventuras y experiencias inéditas. Nada mal, eh.

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