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Un niño de cinco años, certificado por Microsoft

El mundo está lleno de mentes extraordinarias, y en general es bastante complicado encontrarlas, pero a veces nos cruzamos con excepciones rutilantes. Ayan Qureshi es un pequeño de cinco años al que cualquiera puede imaginar jugando con muñecos y consolas en su casa. Sin embargo, el joven Ayan se entretiene de otra manera, por ejemplo, aprobando un exámen de certificación profesional de Microsoft.

La historia de Ayan Qureshi comienza como muchas otras: Con él y su familia dejando atrás su país natal (en este caso, Pakistán) para buscar nuevas oportunidades en tierras extranjeras (Reino Unido). Su padre Asim es un consultor IT, y su madre Mamoona se prepara para ser médica clínica, dos carreras que sin duda alguna representan un estímulo intelectual considerable para cualquier joven. Ayan tiene ahora seis años, pero antes de cumplirlos, sus padres decidieron llevarlo a rendir un examen de certificación profesional en Microsoft. Con sólo verlo, los responsables del gigante de Redmond demostraron una lógica resistencia, argumentando que Ayan probablemente era demasiado joven para postularse, pero su padre les aseguró que todo saldría bien… y así fue.

La parte más complicada de todo el proceso fue “convertir” el lenguaje formal del examen a algo que pueda ser interpretado por un pequeño de cinco años, y el propio Ayan admitió que el examen fue difícil, pero que aún así lo disfrutó (sí, disfrutó un examen). En su hogar, Ayan ha ensamblado una especie de laboratorio informático, donde mantiene conectados en red varios de los sistemas que pertenecieron previamente a su padre. La madre de Ayan ha compartido con los medios que se siente muy feliz y orgullosa de lo que logró su pequeño, pero agregó en forma muy coherente que no quiere verlo romper un récord todos los días, sino que haga lo mejor que pueda en aquello que decida seguir en su vida. ¿Los planes de Ayan? Crear un equivalente a Sillicon Valley en el Reino Unido, llamado E-Valley. Soñar no cuesta nada…

Escrito por Lisandro Pardo

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