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Plasmobot: Robots basados en hongos

Investigadores de la Universidad de West, en Inglaterra, han recibido una subvención para el desarrollo de un robot biológico basado en el Physarum polycephalum, un hongo amarillo bastante común que se encuentra en los bosques y jardines. Parece sacado de una mala pesadilla de H.P. Lovecraft, pero parece que tienen buenas posibilidades de crear una especie de gelatina amorfa capaz de realizar algunas tareas útiles.

No todo es electricidad, motores y chips en el mundo de la robótica. Algunos enfoques, a veces decididamente audaces, prescinden del metal o el silicio y aprovechan las ventajas que proporcionan los “materiales biológicos”. Se han hecho experimentos que permiten utilizar el cerebro de una polilla o de una cucaracha para controlar un robot, y en muchos casos hasta han tenido éxito. Pero los científicos de West, liderados por el profesor Andy Adamatzky, intentan ir un paso más allá, construyendo el “cuerpo” del robot a partir de una clase de hongo.

Por supuesto, esto no es más que un experimento, y difícilmente tenga en el futuro inmediato alguna aplicación práctica. Tampoco se busca con este engendro, llamado Plasmobot, construir esa clase de robots que acostumbramos a ver en las líneas de montajes de automóviles o de equipos electrónicos. El robot que imagina Adamatzky se parece más a la gelatina protagonista de “La Mancha Voraz” (The Blob, 1988) que a Terminator. Los investigadores se refieren a esta masa amorfa como “plasmodium”, lo que explica el nombre elegido para el robot. Parece que, tal como explica el científico, esta sustancia es capaz de “percibir los objetos de su entorno, desplazar cargas pequeñas, desplegar pequeños apéndices y hasta realizar alguna clase de cálculo”. Dejando los aburridos (y prácticamente incomprensibles) detalles biológicos de lado, podemos pensar en el plasmodium como un ordenador biológico amorfo, que puede ser controlado a través de la luz y campos electromagnéticos.

El objetivo de Andy Adamatzky es demostrar que una substancia así, correctamente controlada, podría ser útil para transportar sustancias químicas, en el ensamblaje de algunos objetos simples o, en un futuro lejano, convertirse en una parte más de nuestro cuerpo mediante una relación simbiótica. Todo esto no es, por ahora, más que una mera especulación. Pero si Adamatzky tiene éxito, el futuro de la robótica puede ser muy diferente a lo que hoy imaginamos.

Escrito por Ariel Palazzesi

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