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Por qué la web no es el Nirvana

En defensa de Clifford Stoll

internet nirvana

La web está rota. Rotísima. Se fue rompiendo con el tiempo y por diferentes factores, demasiados para enumerarlos aquí, pero por sobre todo por quebrar una promesa. Porque aquí estamos, actuando como si esto que hoy conocemos como Internet es todo aquello que muchos de nosotros soñamos que iba a ser, y la verdad es que ni de cerca.

Hace más de 26 años, Clifford Stoll escribió un artículo llamado “Why the Web Won’t Be Nirvana” (“Por qué la web no será el Nirvana”). Desde entonces, en retrospectiva, muchos se han reído por los tremendos errores en su predicción. Y si bien es innegable que la realidad no se ha materializado como él la contó en aquella ocasión, no creo que se haya equivocado en la premisa central: la web nunca llegó a ser el Nirvana prometido. Por el contrario, y esto lo agrego yo, lo que hoy tenemos es su versión corrupta y distópica. 

Clifford Stoll

¿Qué dijo Clifford para convertirse en objeto de burla mundial cuando (en 2010) sus dichos de 1995 fueron republicados por el blog Boing Boing? Pues, aseguró que…

«Los visionarios ven un futuro de teletrabajadores, librerías interactivas y salones de enseñanza en línea. Hablan de reuniones municipales electrónicas y comunidades online. Que tiendas y negocios cambiarán sus oficinas y centros comerciales por redes y módems. Y que la libertad de las redes digitales harán a los gobiernos más democráticos.

¡Tonterías! ¿Nuestros expertos en ordenadores carecen de todo sentido común? La verdad es que ninguna base de datos online reemplazará a los periódicos en papel, ningún CD-ROM podrá tomar el lugar de un maestro competente y ninguna red de ordenadores cambiará la forma en la que el gobierno trabaje.»

Al momento de compartir su opinión con el mundo, Stoll no era un columnista cualquiera. Wikipedia lo define como “un físico estadounidense, astrónomo, experto en ordenadores, y escritor.” Más aún, Stoll fue responsable de atrapar a Markus Hess, un hacker de la KGB que estaba robando contraseñas y documentos para comprometer la red militar de Estados Unidos (experiencia contada en detalle en uno de sus tres libros) y de actuar “como experto en la investigación del primer ejemplar de malware auto replicable que afectó a Internet, el Gusano Morris”.

Por eso, y aunque él mismo ya lo haya hecho, a mi me cuesta mucho desestimar sus palabras solo porque una parte de su predicción no haya resultado correcta. Me cuesta porque si bien sus conclusiones resultaron equivocadas, considero que las premisas en las que se basaban siguen siendo válidas. Por ejemplo:

«Considera el mundo online de hoy. La Usenet, un tablón de anuncios mundial, permite que cualquier persona publique mensajes por toda la nación. Tu palabra es publicada salteando editores y editoriales. Cada voz puede ser escuchada de forma económica e instantánea. ¿El resultado? La cacofonía se parece más a una radio de banda ciudadana, completa con nombres falsos, acosos y amenazas anónimas.»

No mucho ha cambiado desde entonces, solo hace falta darse una vuelta por cualquiera de las redes sociales y horrorizarse allí de la demencia del discurso social, del tiradero de excreciones humanas disfrazadas la mejor de las veces de opiniones, la peor de información. Aquello que denunciaba Stoll no solo se amplificó, sino que se diversificó de tantas y de tan pavorosas maneras, que la cacofonía es hoy un estruendo que invisibiliza por completo las pocas voces sensatas que se animen a participar en semejante locura. Por eso no creo que se pueda culpar a Clifford por creer que algo que carece de toda virtud debería ser incapaz de sobrevivir el paso del tiempo. Pero aquí estamos.

Hablando de predicciones fallidas… los de mi generación, aquellos que comenzamos a navegar ya entrada la década del 90 y transitamos los años 2000 creyendo el “Don’t be evil” de Google, estuvimos muchísimo más equivocados que el bueno de Clifford. Creíamos que la raíz de todo mal humano residía en el escaso acceso ciudadano a la información y que, por supuesto, la web venía para acabar con todo eso. ¡Pobres ilusos! No solo no hemos solucionado ninguno de esos problemas, sino que hemos creado otro gran problema y este ya de categoría existencial: la web misma, la que venía a solucionar todo.

Algo que carece de toda virtud debería ser incapaz de sobrevivir el paso del tiempo

Los algoritmos desenfrenados, la neutralidad cuestionada, los estándares rotos, las burbujas radicalizadas y las pseudociencias en su época dorada. Activistas presos, privacidad inexistente (no que a alguien le importe), y posverdad, mucha posverdad. El SOMA de nuestra propia distopía: gratificación inmediata, inyección de dopamina y al diablo con todo lo demás. ¿En serio esta era la web que soñaste cuando eras chiquito?

Para un misántropo confeso como vuestro servidor, es muy fácil ver dónde reside el único desliz en la lógica de Stoll, así como estoy seguro también lo será para el atento lector. Mira, sino, cuál fue el cierre de su tan burlado artículo.

«¿Qué es lo que no existe en esta Tierra de Maravillas Electrónicas? Contacto humano. Descarte la aduladora tecno-burla sobre las comunidades virtuales. Las computadoras y las redes nos aíslan unos de otros. Una línea de chat en red es un sustituto flojo de reunirse con amigos mientras se toma un café. Ninguna pantalla multimedia interactiva se acerca a la emoción de un concierto en vivo. ¿Y quién preferiría el cibersexo al real? Mientras Internet atrae de manera brillante, mostrando de manera seductora un ícono del conocimiento como poder, este no lugar nos atrae a entregar nuestro tiempo en la tierra. Un pobre sustituto es esta realidad virtual donde la frustración es una legión y donde, en los santos nombres de Educación y Progreso, aspectos importantes de las interacciones humanas se devalúan sin descanso.»

Stoll era un ingenuo, no un equivocado. Con premisas correctas concluyó el más razonable de los escenarios posibles: esta web no debería existir y de llegar a existir claramente no sería el nirvana. Por todas esas razones concluyo que lo de Stoll no fue un error sino puro optimismo.

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