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Cerebro y ordenador son el uno para el otro

Poco a poco, casi tímidamente, vamos conectando nuestras mentes a los ordenadores. Lo que comenzó hace unos 30 años como argumento de una novela –Neuromancer– se ha convertido en una posibilidad cierta que permite a personas discapacitadas comunicarse e interactuar con el mundo. ¿Es posible integrar nuestro cerebro a una red de ordenadores? ¿Lograremos relacionarnos mediante comunidades virtuales similares a Matrix? Los investigadores creen que sí, y que ocurrirá mucho antes de lo que creemos. ¿Estás preparado?

Hace tres décadas, en la novela “Neuromancer” de William Gibson se nos mostraba un futuro en el que la gente se conectaba a redes de ordenadores a través de cables insertados en su cerebro. La IBM PC recién aparecía en el mercado, y redes como la actual internet eran simplemente conceptos que manejaban unos pocos gurúes. Lo que proponía Gibson era una sociedad en la que sus integrantes interactuaban con una super red de ordenadores -no demasiado diferente a la actual internet- sin necesidad de utilizar un “periferico de entrada” como el teclado o ratón. En efecto, su personaje Case -un cibervaquero o hacker del ciberespacio- accedía a la red enchufando un conector implantado en su cráneo. Cuando leímos Neuromancer por primera vez alucinamos con esa posibilidad. Era la época dorada del Spectrum y el Commodore 64, y lo que proponía Gibson era algo que quedaba tan lejos como el Halcón Milenario de Han Solo. Unos treinta años mas tarde, lo que era el argumento de una novela tan vanguardista como para haber popularizado un subgénero nuevo dentro de la ciencia ficción (el “ciberpunk”, término acuñado un año antes por Bruce Bethke, para su historia corta “Cyberpunk” ) se encuentra a punto de convertirse en realidad.

Muchos científicos creen que nuestro cerebro puede adaptarse perfectamente a un mundo como el descripto por Gibson. Un equipo de la Universidad de Washington, integrado por físicos, ingenieros, fisiólogos y neurocirujanos ha descubierto que nuestro viejo cerebro orgánico, fruto de millones de años de evolución, puede funcionar perfectamente conectado a un ordenador. En un estudio publicado hace horas en Proceedings of the National Academy of Sciences, estos científicos analizan en profundidad los resultados obtenidos luego de evaluar a varios pacientes que utilizaron las señales eléctricas de sus cerebros para controlar el cursor de un ordenador. A lo largo de las pruebas, se fijaron una serie de electrodos a la superficie del cerebro de los voluntarios. Estos eran pacientes que estaban siendo preparados para una cirugía relacionada con la epilepsia. Los investigadores, mientras observaban los patrones de señales recogidos por los electrodos, indicaban a los sujetos que hicieran algunos movimientos con sus brazos o piernas, y luego que solo imaginaran que lo estaban haciendo. En ambos casos se obtuvieron los mismos patrones, aunque las señales eléctricas eran mucho más débiles en el caso de los movimientos “imaginarios”. Luego, conectaron los electrodos a una interfaz especial, capaz de controlar el funcionamiento del cursor de un ordenador a partir de las señales eléctricas producidas en el cerebro.

Según se lee en el estudio, los investigadores observaron que “los pacientes eran capaces de guiar el cursor hacia una diana dibujada en la pantalla. Algunos, luego de pasar solo 10 minutos utilizando el sistema, declararon que ni siquiera tenían que imaginar que movían sus brazos o piernas: simplemente bastaba con que imaginaran el cursor desplazándose en la dirección deseada.” En la mayoría de los pacientes, la intensidad de la señal recogida por los electrodos cuando imaginaban el movimiento del cursor se hizo incluso más fuerte que cuando realizaban el movimiento físico. ¿Que significa esto? En pocas palabras, que el cerebro es lo suficientemente flexible como para “incorporar” la función de control sobre el cursor simplemente haciendo algunas pruebas por ensayo y error a lo largo de unos minutos. El investigador Kai Miller, autor principal del estudio, explica que “de la misma forma que los culturistas logran aumentar el tamaño de sus músculos mediante el levantamiento de pesas, el cerebro puede reforzar determinadas señales entrenándose convenientemente”.

Obviamente, hay mucha diferencia entre controlar el cursor de un ordenador e interactuar con una red de la forma en que Gibson lo describe en Neuromancer. Sin embargo, el experimento sirve para demostrar que tal cosa es posible. La técnica utilizada para implantar electrodos en nuestro cerebro seguramente puede ser perfeccionada, lo mismo que las interfaces que utilizamos para conectarlos a un ordenador. Hoy estamos dando los primeros pasos, utilizando elementos concebidos para otro uso, y adaptados a esta tarea. Con el software y el hardware adecuado, nuestra mente será capaz de adaptarse muy rápidamente a su nueva situación como “integrante de una red”. Sí, es cierto: tendremos que someternos a una delicada cirugía para meter un motón de cables en nuestro cerebro. Pero los resultados seguramente bien valdrán la pena. No nos hará falta arrastrar un cable que nos mantenga atados a nuestro ordenador, ni muchos menos. Las tecnologías inalámbricas y la miniaturización de los componentes electrónicos permitirán que un cacharro del tamaño de un  pendrive (o más pequeño aún), cubierto de electrodos y metido en nuestra cabeza nos proporcione una conexión inalámbrica permanente a nuestro ordenador hogareño. Y de ahí, al mundo.

Por supuesto, sería una comunicación bidireccional. Así como podemos enviar señales a nuestro ordenador, seguramente podremos hacer que éste nos envíe datos en forma de puntos de luz percibidos por nuestros nervios ópticos o -por ejemplo-  como una sensación de cosquilleo en la pantorrilla derecha. Sadrac Mordecai, el médico protagonista de la novela  “Sadrac en el horno”, de Robert Silverberg, utilizaba una tecnología similar para monitorizar el estado de salud del tirano Mao IV Khan.

Podremos utilizar nuestros implantes para recoger datos de la red o comunicarnos con nuestros amigos simplemente pensando en ello. ¿No es una idea fascinante? Mucha gente se sometería sin dudar a una cirugía de ese tipo. ¿Qué te parece? 

Escrito por Ariel Palazzesi

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