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Científicos apoyan los cultivos transgénicos

Gordon Conway, profesor de Desarrollo Internacional en el Imperial College de Londres y asesor del gobierno, asegura que los movimientos “verdes” que defienden el uso de la agricultura orgánica deben superar su hostilidad hacia los cultivos modificados genéticamente y valorar la contribución que estos pueden hacer a la agricultura sostenible. Para Conway, la falsa idea de que los medios naturales son más seguros y más respetuosos del medio ambiente pueden condenarnos al hambre. ¿Quién tiene razón?

Los científicos se esfuerzan por conseguir apoyo a los cultivos transgénicos. Gordon Conway, profesor de Desarrollo Internacional en el Imperial College de Londres y asesor del gobierno de su país, está convencido que aferrarnos a métodos de cultivo considerados como naturales y no utilizar las ventajas que poseen los cultivos transgénicos puede equivaler a un suicidio masivo. Gordon asegura que aunque los denominados “agricultores orgánicos” se encuentren entre los adversarios más implacables de la revolución planteada por la ingeniería genética, deben aceptar sus logros como legítimos. En una entrevista reciente, Conway afirmó que aunque los grupos de presión ecológicos considerarían la idea como una herejía, “la ingeniería genética podría crear mejores cultivos orgánicos que aquellos cultivados mediante la agricultura tradicional”. El científico está convencido que la desconfianza de los agricultores orgánicos se basa en un enfoque excesivamente rígido en contra de la “agricultura sintética” y a la falsa idea de que los medios naturales son más seguros y respetuosos del medio ambiente.

Como era de esperar, a más de un grupo ecologista las declaraciones de Conway le cayó como una trompada en el estómago. La sugerencia de que se deberían utilizar métodos de cultivo que integren los mejores aspectos de los métodos orgánicos con las ventajas que pueda aportar la tecnología de la ingeniería genética para maximizar los rendimientos y limitar los daños a los ecosistemas es visto prácticamente como un insulto. De hecho, el mismo Conway reconoce que su idea es -como mínimo- polémica. “Probablemente se lo considere como una herejía, pero no obtendremos beneficios reales si no superamos la idea equivocada de que los cultivos modificados genéticamente son de alguna manera inferiores a los considerados orgánicos,” dice. “Lo que me frustra es que hay un potencial real para combinar la tecnología e la ingeniería genética con los enfoques ecológicos,” agrega Conway, que renunció el año pasado a su cargo como asesor científico jefe del Departamento de Desarrollo Internacional.

Sus comentarios no carecen de respaldo en la comunidad científica. De hecho, surgen en medio de la creciente presión que ejercen los científicos para que los cultivos transgénicos se utilicen en mayor proporción para garantizar la seguridad alimentaria de una población mundial que llegará a los nueve mil millones en 2050. El profesor John Beddington, asesor científico jefe del gobierno británico, asegura que “el mundo no puede permitirse ignorar el potencial de la ingeniería genética para mejorar la agricultura mientras que reduce el daño medioambiental.” Los grupos del otro bando, como la Soil Association (Asociación de Suelos) rechazan las modificaciones genéticas por considerarlas “antinaturales y peligrosas”. Para el profesor Conway, “la agricultura tiene mucho que aprender de la agricultura orgánica, y evitar el uso excesivo de fertilizantes inorgánicos, pesticidas y herbicidas que han causando daños al medio ambiente.” Los cultivos transgénicos, dice, “son  compatibles con el objetivo del movimiento orgánico, y pueden ayudar  conseguir una agricultura más sostenible. Lamentablemente,” continua, “ha sido víctima de la equivocada idea de que los métodos naturales siempre fueron mejores. Es erróneo considerar que todo lo que hace el hombre es malo, mientras que la naturaleza es siempre benigna”, explica. “La naturaleza de hecho está llena de cosas muy venenosas.

Hay que decir a favor de Conway que si bien los procesos utilizados para crear los cultivos transgénicos no son naturales, tampoco lo es la cría convencional de ganado, que a lo largo de décadas ha ido seleccionando los ejemplares más productivos a través de una selección no natural. Al igual que la ingeniería genética, este método implica alterar los genes de nuestros alimentos. La diferencia es que mientras que por los métodos “convencionales” puede llevar siglos cruzar diferentes ejemplares hasta lograr un pollo más grande o una vaca más nutritiva, la ingeniería genética puede hacer lo mismo en pocas semanas. Conway cree que la rigidez de las normas de certificación orgánica pueden estar operando en contra de la sostenibilidad al bloquear el uso de tecnologías que pueden ser de mucha ayuda.

Los cultivos  transgénicos resistentes a los herbicidas,  por ejemplo, pueden permitir técnicas de cultivos que requieran menos labranza, creando una agricultura que genere menos emisiones de carbono. “Se pueden manipular genéticamente los cultivos para que sean mejores cultivos orgánicos. No creo que mucha gente lo acepte con facilidad, pero creo que finalmente lo harán“, dice el científico. En lugar de concentrarse en los sistemas naturales, los agricultores deben elegir las opciones más sostenibles, independientemente de su origen. En realidad, Conway tiene razón al afirmar que necesitamos de los avances de la ingeniería genética. Si ya tenemos problemas para alimentar 7 mil millones de personas utilizando fertilizantes y herbicidas,  difícilmente logremos dar de comer a 2 mil millones más dejando de lado todo lo que la ciencia puede hacer por la agricultura y ganadería. Pero debemos ser muy cuidadosos. Hay muchos ejemplos de cosas que han salido realmente mal al trastear alegremente con los genes de algunas variedades vegetales. Si vamos a hacer uso de alimentos transgénicos, debemos idear controles y estudios que nos garanticen que no estamos abriendo una moderna caja de Pandora. El secreto del éxito está, como casi siempre, en conseguir un equilibrio. Los grupos ecologistas deberán reconsiderar sus posturas, y la ciencia hacer su mejor esfuerzo para no meter la pata. Si lo logran, en 2050 no pasaremos hambre.

Escrito por Ariel Palazzesi

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