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Dragon Ball: Raging Blast

Si aún no estás harto de juegos basados en Dragon Ball, te alegrará saber que todavía siguen saliendo. Y, mientras que en este último tiempo la calidad ha aumentado considerablemente, Raging Blast parece la excepción. Por un lado ofrece mucho contenido, probablemente mucho más que otros similares, pero cuando analizamos el juego, hay muy poco que se pueda rescatar. Al punto donde ni siquiera se lo podríamos recomendar a un fanático de la serie. Pasa a tu propio riesgo.

Dragon Ball es probablemente uno de los animes que mejor ha pegado con el público masivo a lo largo de los años. Eso quiere decir, que quienes tengan sus derechos van a intentar hacer la mayor cantidad de videojuegos posibles y éste es solo otro más. Ya hemos hablado de Origins, Burst Limit y Revenge of King Piccolo, ahora es el turno de Dragon Ball: Raging Blast. Mientras que cada vez qeu sale un título nuevo, la calidad aumenta, ésta es la excepción a la regla.

Si hay algo que Raging Blast hace bien, es la cantidad de contenido que ofrece. El modo principal se llama Dragon Ball Collection, que básicamente permite jugar a través de diferentes sagas de la serie Dragon Ball. Además, aprovecha para hacer algunas peleas hipotéticas, que puedes saltear si quieres, pero sirven como una buena excusa para enfrentar diferentes personajes entre sí, que de otra manera no se hubieran encontrad. Éste modo también cuenta la historia de las diferentes sagas, pero este aspecto es muy débil. Si quieres saber sobre la historia, te muestra un pedazo de texto en donde cuenta varios de los detalles, pero se pierde el interés rápidamente.

Otro de los modos se llama Super Battle Trials, donde debes cumplir diferentes objetivos, como por ejemplo, sobrevivir todas las peleas o eliminar a un enemigo en un tiempo determinado. Éstos sirven como pequeñas batallas, que terminan rápido, pero te matniene entrentenido porque el objetivo cambia constantemente y pocas veces se repite. Finalmente, está el modo World Tournament, donde hasta 16 jugadores pueden participar en una eliminatoria. Mientras que es una buena idea, el juego en sí es el que nunca termina de convencer y eso afecta fuertemente a todos los modos.

El problema comienza cuando quieres jugar. Raging Blast le da demasiada importancia a los poderes especiales, ya que mientras intentas hacer daño con golpes comunes apenas quitan algo de energía. Se entiende que han querido ser fieles a la serie donde solo fuertes golpes hacen la diferencia, pero para un juego de pelea, eso no funciona tan bien. Y aún así, si no existiera el problema del balance, los golpes tampoco son muy confiables, ya que si estás haciendo otra cosa, es probablemente que no lo lance. No está muy claro cuando es posible atacar y cuándo no.

Los problemas continúan con la cámara. Como en cualquier juego de Dragon Ball, los personajes acostumbran a moverse mucho. Ya sea hacia los costados, arriba o abajo. El problema, es que muchas veces la cámara puede meterse en un lugar donde no te deja ver lo que está sucediendo y hasta el personaje no se vuelva a mover, quedas prácticamente a ciegas. Ésto, siendo casi 2010, es inaceptable. Ya hemos solucionado los problemas de la cámara. Finalmente, la última queja es con el minijuego que ocurre cuando los dos peleadores hacen el mismo ataque. El problema no está en el minijuego en sí, sino que no da ninguna advertencia de que está por comenzar, así que la inteligencia artificial siempre te gana de mano y es muy difícil volver a recuperarse.

En definitiva, cuando las mecánicas centrales de un juego no funcionan o no se sienten cómodas, definitivamente hay algo mal.  Más allá de todo el contenido que ofrece y una presentación aceptable, no hay mucho en Raging Blast que sea recomendable. Además, hay muchos otros juegos basados en la misma licencia que hacen un trabajo mucho mejor que éste. Puedes conseguir Dragon Ball: Raging Blast para Xbox 360 y PlayStation 3 por €61,70

Puntaje: 62%

Conclusión: Aunque es muy completo en cuanto a contenido, a la hora de analizar el juego, no es recomendable ni para fanáticos.

Escrito por Tomás Garcia

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