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Los chicos del Sakawa y los fraudes informáticos

Los callejones sombríos de internet son testigos de la preponderancia de los fraudes informáticos, en los que día a día miles de personas caen por ignorancia, desinterés y descuido. Detrás de buena parte de estos, hay toda una subcultura ghanesa que entiende esta forma de hacer dinero a costa de otros como una alternativa viable para sortear la pobreza a la que parecieran estar predestinados. Los Chicos del Sakawa y los fraudes informáticos que realizan nos relatan en carne viva una historia sobre la comunión criminal entre la informática, la religión, la moda y la pobreza de los olvidados del mundo.

El Sol se pone sobre Acra y en los suburbios las ventanas de los cibercafés relampaguean durante toda la noche. Un acercamiento a la escena nos mostrará que no es Counter-Strike lo que allí se juega, sino que las pantallas brillan sobre los rostros de los jóvenes con una actividad que poco tiene que ver con lo lúdico. Utilizando las herramientas que les da internet y el poder de acceder a ella con alta velocidad, algunos jóvenes ghaneses se ganan el pan escribiendo cartas, recortando fotografías ajenas en Paint y creando todo tipo de interacción con occidente para estafar a los distraídos con engaños detalladamente pergeñados.  

La excusa puede ser cualquiera, yendo desde los sitios de compra-venta de artículos informáticos utilizando números de tarjeta de crédito prestados sin querer por los estafados hasta sitios de citas, desde donde algún joven ghanense se hará pasar por una mujer bellísima que necesita dinero para viajar y conocer a su occidental enamorado virtual. También están las infaltables propuestas de negocio por parte de gurúes del éxito económico que nada sospechosamente piden dinero para que el aventurero pueda ingresar en el negocio.

El dinero llega luego de un arduo trabajo de preparación, múltiples intentos y alto nivel de persuasión con seguimientos personalizados: nada fácil, aunque mucho más accesible ahora con internet y ordenadores que antes de los noventas, cuando se hacía a mano a través de cartas enviadas por correo. Hasta hace un tiempo como una fuente de ingreso rápido a la riqueza inesperada, hoy día cazar distraídos no es tan fácil gracias a la difusión que tienen estas actividades. Aquí es donde los scammers de Ghana se diferencian de sus mentores nigenieranos, ya que los chicos del Sakawa le agregan un nuevo término a la ecuación de su actividad para tratar de encontrar más víctimas y ser más efectivos: la brujería.

Aprovechándose de la ingenuidad de algunas personas, las cartas desde Nigeria y Ghana llegaban a los hogares prometiendo negocios imperdibles al alcance del aventurero que hiciera una mínima inversión inicial para realizar papeleos e informes propios del lucro. Esas cartas que llegaban a los buzones tenían encima una bendición religiosa por parte de los “jujus” o “mallams”, los brujos de la religión africana Akhan que expresan la neutralidad de los espíritus ante las acciones de sus fieles. El fin no es juzgado, lo que importa son las ofrendas y los ritos realizados. Estos van desde dormir en un sarcófago durante una semana, llevarle ropa o darle dinero en efectivo al brujo.

A cambio, una bolsa con sobres a punto de ir al servicio postal es bendecida para que tenga más efecto en sus víctimas. Hoy los sobres de cartas se transformaron en pendrives con direcciones de correo electrónico y los feligreses/clientes son cada vez más dada la accesibilidad y comodidad comparativa que da internet. Religión, informática y crimen, un negocio redondo para las partes. Menos para los sacerdotes cristianos y musulmanes de la región, que ven cómo el dinero se va a los clérigos jujus.

Para intentar comprender el suceso de esta forma de ganarse la vida hay que repasar la historia reciente de Ghana, un país que se independizó en 1957 y que desde entonces ha sido una de las democracias que se exponen como ejemplares por parte de la Unión Africana. Mientras en los países que la circundan existen situaciones sociales de alto grado de conflicto, con niveles de pobreza y sub-desarrollo ampliamente conocidos, Ghana combina calles de tierra con fibra óptica de calidad europea, sobresaliendo del lugar que le han delegado las potencias mundiales, el sistema económico y su propio recorrido dictatorial. A través a inversiones extranjeras y sacando provecho de sus minas de oro, la exportación de granos de cacao y de sus pozos petroleros recién descubiertos, Ghana muestra un desarrollo creciente y la estabilidad política es por fin una realidad.

Pero lo que se ve en los papeles no es necesariamente lo mismo que en las calles, pues como dice uno de los protagonistas del documental que presentamos, “los jóvenes no encuentran trabajo porque simplemente los trabajos no están ahí”. Con una mirada pragmática sobre el tópico, los jóvenes que participan del Sakawa exponen su necesidad de sobrevivir en un contexto en donde el trabajo es una carencia más, por lo que al ser introducida una herramienta como el internet de alta calidad gracias a tratados con Inglaterra y ordenadores donados de todas partes del mundo, la oportunidad para ganar un dinero que les resultaba esquivo se les presentó como imperdible.

El fenómeno Sakawa se ha ido convirtiendo paulatinamente en una subcultura que imita estéticamente, con sus distancias culturales a flor de piel, a los gansta rappers neoyorkinos y californianos de los 90. Coches, mujeres, ropa cara, fiesta y fajos de dinero cayendo en cámara lenta sobre sus risas de “le ganamos al sistema”, es una imagen que muchos jóvenes ghaneses de entre 17 y 25 años ven como un camino a la victoria que su propio país y el sistema económico mundial no les provee. No se trata de un camino rápido y exitoso, pero sí una alternativa a tener en cuenta para cuando la situación se vuelve desesperante. La moda Sakawa surge junto a grupos de música y películas, que muestran de cerca aunque considerablemente ficcionalizada la vida de los Chicos Sakawa.

Altamente popular, la actividad es perseguida por el gobierno Ghanés y por parte de los sitios occidentales, especialmente de Reino Unido y EEUU. Con esto también devienen las censuras a IPs que provengan del país, lo que termina homogenizando a todos los ghaneses como presuntos criminales virtuales. El redactor cree que esta medida es polémica, porque en un contexto en el que se discute la libertad de internet y las poblaciones civiles, es importante no caer en la generalización que mansilla la reputación de los países por culpa del accionar de una mínima parte de sus habitantes. Es decir, no caer en el prejuicio que lleva a la xenofobia, que difunde imágenes difusas de una sociedad o país en particular asociándola a un crimen, como se hizo con la cultura musulmana y con países de Medio Oriente. La reflexión sobre los porqués del asunto nos parece una buena estrategia para convivir con la realidad y analizar mejor los acontecimientos que nos son ajenos por cultura y contexto.

Escrito por Nico Varonas

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