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Prototaxites: Los hongos gigantes que gobernaron el mundo hace 420 millones de años

Un misterio que tardó 150 años en resolverse

Cada vez que pensamos en formas de vida antiguas, lo primero que nos viene a la mente es un dinosaurio, pero sería un error muy grande no considerar el efecto de los hongos. Muchos expertos coinciden en que la vida compleja no sería posible sin ellos, debido a su capacidad de procesar casi todo a su alcance. Los hongos podrán pasar desapercibidos o cargar cierto tono negativo hoy, pero hace 420 millones de años fueron verdaderos reyes en la forma de Prototaxites, llegando a los ocho metros de altura.

440 millones de años en el pasado, la vida en la Tierra no era particularmente abundante. Algas, bacterias, algunas plantas, los primeros artrópodos… una situación «estable» si se quiere, hasta que aparecieron los primeros hongos. Esos pioneros contaban con una habilidad muy especial, que era la de descomponer cualquier cosa usando enzimas digestivas. Con el tiempo suficiente y una pizca de ayuda por parte de la erosión, los hongos procesaron a todos esos suelos duros y rocosos hasta transformarlos en tierra fértil, dando paso a una vida vegetal más avanzada.

(N. del. R.: El vídeo tiene subs en español)



Sin embargo, 20 millones de años más tarde (fines del período Silúrico y comienzos del Devónico) surgieron los Prototaxites, hongos que siguieron una ruta de crecimiento muy diferente a la de sus predecesores. ¿Qué tan diferente? En primer orden, eran gigantes. Su forma general se parecía a la del tronco de un árbol, y podía llegar hasta los ocho metros de altura. Por supuesto, no podemos hablar de «madera» aquí, sino que su material principal era una serie de tubos entrelazados de 50 micrómetros, un diámetro similar al del cabello humano.

El primer fósil de Prototaxites fue descubierto en 1843 durante una búsqueda de carbón en la Bahía de Gaspé (Canadá), y permaneció más de una década juntando polvo en un museo, dejando perplejos a los investigadores. La situación cambió gracias al descubrimiento de fósiles adicionales por el paleontólogo canadiense John William Dawson, quien hizo el primer intento de clasificación en 1859. Al principio pensó que se trataba de una conífera cubierta por un hongo, y así fue como le asignó el nombre Prototaxites, «primer tejo».


¿Te imaginas semejantes torres creciendo cerca de un río…?

Doce años más tarde, el botánico escocés William Carruthers compartió sus ideas sobre Prototaxites en una nueva publicación, donde declara que el fósil no podía ser una conífera, sino que se trataba de un alga. Lentamente, los expertos se acercaron más a la clasificación de «hongo», pero a principios del siglo XX, los Prototaxites cayeron en una etapa de desinterés, quedando atrapados entre «algas raras» y «posibles hongos» por casi un siglo.



Fast forward a fines de la década del ’90. Francis Hueber del Museo Smithsoniano de Historia Natural volvió a estudiar a los Prototaxites, enfocándose en sus supuestos anillos de crecimiento. Varias muestras en el microscopio confirmaron células largas y tubulares, además de la falta de tejido vascular. Otro estudio en el año 2007 alejó aún más a los Prototaxites del viejo «conflicto alga-conífera», después de evaluar la relación entre los isótopos de carbono C-12 y C-13, y su comparación con otras plantas de la época. Los valores eran tan diferentes, que esencialmente confirmaron la ausencia de fotosíntesis: Los Prototaxites obtenían su carbono «comiendo» otras cosas.


… digamos que el humano sirve como escala

Los Prototaxites también habrían servido como refugio para los primeros invertebrados, cortesía de pequeños agujeros detectados en su superficie. Estos superhongos gigantes sobrevivieron por 50-70 millones de años, un tiempo corto a nivel geológico, pero nada despreciable para nosotros. Algunos creen que la competencia de los árboles fue demasiado dura. Otros, que no se recuperaban con la suficiente velocidad a su consumo por parte de los insectos. Pero el mundo sería muy diferente si no fuera por ellos.


Fuente: All is Leaf



Escrito por Lisandro Pardo

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