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The Great Daylight: El día de la bola de fuego

El 10 de agosto de 1972, una gran bola de fuego atravesó 1600 kilómetros de la atmósfera terrestre a una velocidad de 14.700 metros segundo. Se calcula que tenía unos 40 metros de diámetro y que, de haber impactado en la Tierra, hubiese formado un cráter del tamaño de una ciudad mediana. Las estadísticas demuestran que meteoros como este pasan con frecuencia cerca de  nuestro planeta.

Continuamente nos está cayendo materia proveniente del espacio por el que orbita la Tierra. Se calcula que unas 100 toneladas métricas de materia espacial caen sobre nuestro planeta cada día, pero apenas si nos enteramos de ello porque se trata de polvo interplanetario con grano muy pequeño. Pero en el espacio abundan los trozos de rocas sueltas, material expulsado desde los cometas que orbitan en torno al Sol (un 50% del total) o desprendimientos de los asteroides del cinturón que existe entre las órbitas de Marte y Júpiter que frecuentemente –en términos astronómicos- chocan entre sí. Un 40% de los meteoritos tienen ese origen. También hay un pequeño porcentaje que proviene de otros sistemas estelares, ya que su composición es diferente de la característica de los materiales de nuestro Sistema Solar. Si comparamos el volumen total de estos escombros respecto al tamaño del universo, la proporción es casi ridícula. Pero como se desplazan a gran velocidad, no es tan difícil que un planeta como la Tierra se encuentre con una de estas sorpresitas cósmicas en cualquier momento. Sobre todo cuando nuestra órbita atraviesa la región del espacio por la que transitó antes un cometa. Por ejemplo, cuando cruzamos la órbita del Halley, cada 21 de octubre, se produce una verdadera lluvia de meteoritos.

De hecho, los expertos suponen que si bien la probabilidad de que un meteorito de más de un kilómetro de diámetro impacte contra la Tierra es de una cada varios millones de años; la posibilidad de que un “pequeñín” con capacidad de poner en peligro una ciudad entera es de tan alta como “una cada cien años”. Si tenemos en cuenta que desde el Evento Tunguska, en 1908,  no hemos recibido ningún cascotazo importancia, la posibilidad de que el cielo caiga sobre nuestras cabezas pronto es bastante alta.

Seguramente eso habrán pensado los testigos de la gran bola de fuego que cruzó el cielo desde Utah a Alberta, en Estados Unidos, a una velocidad de unos 52.000 kilómetros por hora. El “transito” duró solo 101 segundos, pero fue suficiente para que una gran cantidad de personas fuesen testigos del evento. De hecho, el asteroide fue filmado por Linda Baker desde el Parque Nacional Grand Teton (no es broma: se llama así) y un satélite de las Fuerzas Armadas estadounidenses registró, mediante radiometría de infrarrojos, la alteración que el paso del meteoro produjo en la atmósfera. Se calcula que tenia un tamaño de comprendido entre los 2 y los 80 metros de diámetro. Pero, a pesar de ser poco más que un cascote grande, su velocidad, en caso de haber impactado contra la Tierra, habría formado un cráter del tamaño de una ciudad mediana.

El bólido, conocido como The Great Daylight 1972 Fireball (o US19720810), cruzó el cielo diurno, lo que opacó mucho su brillo. Si hubiese transitado la atmósfera durante la noche, hubiese sido aún más espectacular. La ionización que el paso de uno de estos meteoritos provoca al atravesar la atmósfera, a varias decenas de kilómetros por segundo, persiste varios minutos. Desde los años 50, redes internacionales van realizando fotografías del cielo nocturno para registrar estos eventos, como la Red Europea de Observación de Bólidos (European Fireball Network) establecida en Checoslovaquia. En España funciona desde 1997 la Red de Investigación sobre Bólidos y Meteoritos, coordinada por el Dr. Josep María Trigo en la Universidad Jaime I de Castellón. Pero dado que nuestro planeta está básicamente despoblado (el 70% de su superficie está cubierta por océanos), la gran mayoría de estos acontecimientos pasan desapercibidos. Por eso, quizás nos estemos quedando cortos al suponer que un  meteorito “grande” pasa solo una vez cada 100 años.

Sin tener el tamaño del US19720810, un bólido de solo un metro de diámetro que impactase en el centro de Madrid, por ejemplo, podría ser devastador en término de vidas perdidas. The Great Daylight 1972 Fireball pasó a solo 57 kilómetros de la superficie terrestre. Eso es nada más que 5 veces la altura a la que vuela un avión comercial, o seiscientas veces más bajo que la órbita de un satélite de comunicaciones. Puede decirse que no nos pegó de milagro. Sin embargo, la NASA sigue luchando para conseguir el presupuesto necesario que les permita detectar estas cosas antes de que lleguen a las inmediaciones de nuestro planeta. Parece que vamos a tener que seguir confiando en nuestra buena fortuna.

Escrito por Ariel Palazzesi

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