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Viaje al manto terrestre

Todos los datos que poseemos sobre la constitución interna de nuestro planeta han sido obtenidos de forma indirecta. La Tierra tiene un diámetro de más de seis mil trescientos kilómetros, y nunca hemos podido penetrar más allá de los doce. Si queremos conocer más sobre el origen, formación y características del manto rocoso y la corteza sobre la que vivimos, necesitamos excavar mucho más profundo que eso. Se calcula que el manto terrestre se encuentra a unos treinta kilómetros por debajo de la corteza, y los científicos se preguntan si hay alguna posibilidad de que podamos hacer un agujero de semejante profundidad. Algunos creen que sí.

A pesar de lo que mucha gente supone, es muy poco lo que sabemos sobre el interior de nuestro planeta. Basándonos en su campo magnético, en la forma y a la velocidad en que se propagan las ondas sísmicas y a los indicios geológicos encontrados en la superficie, hemos sido capaces de deducir que la Tierra posee un núcleo sólido rodeado de otro líquido -ambos con un alto contenido ferroso- que giran debajo de una gruesa “cascara” formada por rocas. Encima de todo eso vivimos, construimos nuestras estructuras, criamos nuestros hijos y perecemos como moscas cuando un terremoto originado por algún reacomodamiento minúsculo de esa capa nos sacude un poco el piso. Es muy posible que parte de las teorías elaboradas por los científicos a lo largo de los últimos 100 años estén equivocadas. Hemos utilizado métodos indirectos para determinar la composición de la corteza terrestre, y es probable que en algún momento hayamos interpretado mal algún dato. Una de las formas de conocer exactamente sobre que estamos parados es cavar un hoyo lo suficientemente profundo, pero lamentablemente esta no es una tarea fácil.

Para empezar, debe tratarse de un pozo realmente profundo. Se calcula que el manto terrestre -la capa situada inmediatamente sobre el núcleo- tiene grosor promedio de unos dos mil novecientos kilómetros, y que la corteza que se encuentra sobre ella (el sitio sobre el que te encuentras parado) posee un grosor promedio de unos 30 kilómetros. Los metales y piedras preciosas que se encuentran en el manto son muy buenos incentivos para cavar, pero no hay ninguna mina que haya superado los 3 o 4 kilómetros de profundidad. En los años sesenta, científicos estadounidenses decidieron realizar perforaciones en el lecho del mar, donde la corteza es más delgada. La idea era alcanzar los 4 kilómetros de profundidad, llegando a un punto que se conoce como la “discontinuidad de Mohorovicic”, la frontera entre la corteza y la capa situada a continuación: el manto. Era un buen lugar para intentarlo, ya que la corteza es bastante más delgada en el fondo de los océanos. Una vez concretada la excavación, se extraería un trozo del manto de la Tierra para examinarlo. Conocer la naturaleza de las rocas del manto nos permitiría comprender mejor la forma en que interactúan entre ellas y –tal vez– ayudarnos a predecir terremotos, erupciones volcánicas y otras calamidades.

El proyecto se conoció como “Mohole” (Agujero Moho) y fracasó estrepitosamente. Sumergir una perforadora cuatro kilómetros por debajo de la superficie del Océano Pacifico (cerca de la costa de México) y perforar unos 5.000 metros a través de las rocas no parece algo sencillo. Y no lo es. Un oceanógrafo que participó del proyecto describió el trabajo “como intentar hacer un agujero en una acera de Nueva York desde la azotea del Empire State utilizando un espagueti”. Después de muchas semanas de trabajo, solo se logró perforar unos 180 metros. El proyecto Mohole fue ridiculizado como “Proyecto No Hole” (No agujero), y 1966 el Congreso estadounidense lo canceló definitivamente. Los rusos recogieron el guante, y esperando superar a sus enemigos de la Guerra Fría, encararon con entusiasmo un proyecto similar. En lugar de intentarlo en el mar, eligieron un sitio en la península Kola, cerca de la frontera con Finlandia, y empezaron cavar intentando llegar al menos a los 15 kilómetros de profundidad. La tarea -nuevamente- resultó mucho más dura de lo esperado. Aún con la tenacidad que suelen tener los soviéticos, se dieron por vencidos luego de haber invertido 19 años para alcanzar la profundidad récord de 12.262 metros.

A pesar de no haber llegado ni cerca del manto, esta excavación proporcionó a los científicos varios datos interesantes. El estudio de las ondas sísmicas indicaba que hasta una profundidad de 4.700 metros encontrarían rocas sedimentarias, seguidas de 1.300 metros de granito y -a partir de allí- basalto hasta llegar al manto. Sin embargo, la capa sedimentaria resultó ser al menos un 50% más profunda de lo pronosticado, y nunca se encontró la  capa basáltica. También se había calculado que a los diez mil metros de profundidad se encontrarían con una temperatura cercana a los 90°C, pero resultó ser superior a los 180°C. Y para terminar de complicar todo, las rocas encontradas estaban saturadas de agua, algo que nadie creía posible. A pesar de no haber alcanzado la profundidad prevista, el experimento ruso sirvió para demostrarnos que -en realidad- sabemos mucho menos sobre nuestro planeta de lo que nos parece. Medio siglo ha transcurrido desde que se realizó esta excavación, y los geólogos Damon Teagle del Centro Nacional de Oceanografía de Southampton, Inglaterra y Benoit Ildefonso de la Universidad de Montpellier en Francia, creen que ya es tiempo de intentarlo nuevamente. Saben que, a diferencia de las veces anteriores, ahora tenemos la tecnología necesaria para lograr el éxito.

A pesar de no haber alcanzado la profundidad prevista, el experimento ruso sirvió para demostrarnos que -en realidad- sabemos mucho menos sobre nuestro planeta de lo que nos parece.

Si pudiesemos recuperar muestras de las rocas del manto, podríamos hacer una mejor estimación de la composición de nuestro planeta y comprender mejor la forma en que funciona su interior. También tendríamos importantes pistas sobre como ha evolucionado”, dice Teagle. “Una muestra prístina obtenida unos 500 metros del manto podría contener las respuestas a estas cuestiones y mucho más“, continúa. El plan de estos geólogos consiste en volver a intentar excavar en el lecho del Pacífico. La búsqueda de un sitio adecuado se iniciará esta primavera, y entre los más probables se incluyen las costas de Hawai, de Baja California y de Costa Rica. Una vez que el trabajo se ponga en marcha, demorarán entre 18 meses y 2 años para llegar al manto terrestre. Parte de la tecnología a utilizar proviene de la industria petrolera, que viene perforando el lecho marino desde hace décadas con bastante éxito. El sistema GPS, que no existía en 1960, servirá para mantener el buque en su lugar, permitiendo a los investigadores volver a encontrar el agujero cada vez que reemplacen las brocas, algo que deberán hacer cada dos o tres días de trabajo. Todo esto no quiere decir que vaya a resultarles fácil, ni mucho menos. Pero es posible que lo logren, y que conozcamos un poco más sobre nuestro planeta.

Escrito por Ariel Palazzesi

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