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Humanos: Ahora con menos chimpancé (solo 89%)

Salvo que hayas tenido una educación bastante extraña, habrás aprendido que el hombre desciende del mono. Desde que Darwin esbozó la Teoría de la Evolución sabemos que las especies comparten una gran parte de su carga genética entre sí. Entre el hombre y el chimpancé, por ejemplo, se creía que solo diferían en un 1%. Sin embargo, una investigación publicada en la revista Nature sostiene que ambas especies comparten “solo” el 89% de su ADN. ¿Qué estuvimos analizando mal?

Aunque no nos guste mucho la idea, la diferencia genética entre un chimpancé y un humano -suegras incluidas- es muy poca (sobre todo en el caso de las suegras). En estos días se está cumpliendo el bicentenario de la revolucionaria obra de Charles Darwin, en la que se expuso por primera vez cómo la selección natural se las arreglaba para, sin que hubiese un plan preexistente, elegir a los candidatos más aptos de cada generación para que sean los padres de la siguiente. Este mecanismo proporciona una forma de diversificación suave pero constante en el tiempo, que en circunstancias especiales puede provocar la aparición de una especie “nueva como un desprendimiento de una más antigua.

De esta forma, y salvo raros “eslabones perdidos”, es posible rastrear los orígenes del hombre hasta un antepasado lo suficientemente remoto como para que también resulte ser el abuelito de los chimpancés. Este “árbol genealógico” de los homínidos establece una especie de puente entre ambas especies, de las que los científicos juran (o juraban) que comparten aproximadamente el 99% de su ADN. Sin embargo, una investigación publicada en la revista Nature señala que ambas especies comparten no más de un 89%. ¿Qué es lo que ha pasado para poder afirmar esto?

Para contestar esta pregunta debemos profundizar un poco más en la obra de Darwin. El naturalista británico basó su teoría en dos premisas fundamentales. Pimero que los organismos se transforman a lo largo de la Historia de la Vida gracias a los caracteres que heredan de sus antecesores. Segundo que estos rasgos “nuevos” son seleccionados (y muy a menudo eliminados) mediante Selección Natural. Estos dos pilares sostienen la Teoría de la Evolución, y un modelo evolutivo gradual. Según Darwin, las especies cambian muy poco de una generación a otra gracias que los “errores” producidos en la replicación de su ADN de alguna manera  suponen una alguna clase de ventaja en el medio en el que habitan. Si eres un mono que vive en un árbol y por algún motivo resultas favorecido con un par de ojos situados ligeramente más al frente de tu cráneo, tu visión 3D será mejor y quizás puedas tener más monitos con las monas del otro árbol antes de estamparte contra el piso. Azaroso y lento, pero efectivo cuando el tiempo disponible se mide en millones de años.

Esta forma de evolución también se aplica al ser humano. Sin embargo, Darwin tenía dudas sobre algunos puntos: “Si las especies han descendido de otras especies mediante gradaciones insensiblemente diminutas, ¿por qué no vemos en todas partes innumerables formas de transición? ¿Por qué no está toda la Naturaleza en confusión, en lugar de estar las especies como las vemos, bien definidas?”, eran algunas de las preguntas que lo atormentaban. Generaciones de científicos han escarbado en cada rincón del planeta intentando completar el “registro fósil”, es decir, buscando especies extintas en la actualidad pero que en algún momento de la historia sirvieron de nexo entre dos especies similares. Y no han encontrado demasiado. Los fósiles permanecen estables desde el primer instante en el que aparecen en la escala temporal hasta su extinción. Suponiendo que no hemos tenido una pésima suerte a la hora de agarrar el pico y la pala, parecería que los “eslabones perdidos” son más bien “eslabones inexistentes”. Pero entonces, ¿cómo avanzan las especies a lo largo de la Historia de la Vida?

Un equipo de científicos del Departamento de Ciencias Genómicas de la Universidad de Washington, del Instituto Médico Howard Hughes, del Instituto de Biología Evolutiva del CSIC y de la Universidad Pompeu Fabra han encontrado una explicación para la falta de “elementos de transición” entre los homínido actuales, entre los que se encuentran el orangután, gorila, chimpancé y, por supuesto, los seres humanos. Tomás Marques-Bonet, miembro del equipo, afirma que “la clave está en las duplicaciones del genoma”. Para el científico “se trata de regiones enteras del ADN que se duplican en algún momento del ciclo celular y se insertan en otro lugar.” Esto aporta un gran dinamismo al genoma, por que los cambios en estas regiones duplicadas y cambiadas de lugar provocan grandes cambios en los organismos hijos y, por lo tanto, la selección natural puede actuar sobre ellos de forma muy rápida.

Hasta no hace mucho tiempo existían fragmentos de ADN repetidos a lo largo del genoma que eran difíciles de distinguir. Por eso, estos fragmentos no se tenían en cuenta y se optaba por estudiar los genomas más fáciles de individualizar. Estos trozos han sido ahora exhaustivamente analizados en las cuatro especies y pudo verse que, debido a mecanismos moleculares muy complejos, en determinados momentos de la evolución se hicieron múltiples copias que se fueron insertando en diversos lugares del genoma. Según estos científicos, hace unos 10 millones de años se produjo un mayor número de duplicación de genes, justo antes de la separación de los linajes de humanos y chimpancés, ocurrida hace 6 millones de años. Desde entonces, estos nuevos genes han adquirido características propias que separan evolutivamente al hombre del chimpancé. Esto explicaría, por ejemplo, la existencia de enfermedades como la esclerosis múltiple que sólo afecta a los humanos.

Parece que estamos bastante más lejos de nuestros primos peludos de lo que creíamos. Y puede que sea cierto. Solo basta ver como viven en armonía dentro de su hábitat mientras que nosotros nos cargamos el resto del planeta. Para ello, evidentemente, hace falta más que un 1% de diferencia.

Escrito por Ariel Palazzesi

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