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Mascotas ecológicamente incorrectas

¿Puede existir algo más nocivo para la salud de nuestro planeta que un gran vehículo todoterreno? Si: tus mascotas. Por más extraño que pueda parecer, la huella de carbono originada por la fabricación y el uso de un coche -o incluso un gran todoterreno– es menor que la de un perro. Incluso un pequeño y adorable gato tiene una huella ecológica comparable a la de un Volkswagen Golf. Un perro mediano consume más recursos que un ciudadano medio de Vietnam o Etiopía. ¿Sorprendido? Sigue leyendo, y conoce los detalles.

Es muy posible que si te cruzas en la calle con un ruidoso y humeante Hummer, tripulado por una pareja y sus dos tiernos cachorros de Rottweiler, tu cerebro condicionado por las terribles cifras que relacionan el consumo de combustibles fósiles y el calentamiento global te hagan reprender mentalmente a los propietarios por la elección de su vehículo. Sin embargo, es muy posible que los dos perros sean -desde el punto de vista de la huella de carbono- más destructivos que el todoterreno. Los especialistas en ecología denominan huella de carbono a la totalidad del volumen de gases de efecto invernadero emitidos -por efecto directo o indirecto- por un individuo, organización, evento o producto.

Mediante fórmulas bastante precisas, es posible saber -por ejemplo- cuántas toneladas de estos gases genera tu actividad diaria a lo largo de un año, o cuantas hectáreas de tierra hacen falta para mantenerte vivo y respirando. Los ciudadanos de cada país, de acuerdo a lo desarrollado y “ecológicamente correctas” que sean sus naciones- tienen una huella de carbono más o menos importante. Y lo mismo ocurre con las máquinas, industrias, coches o mascotas.

¿Son los perros ecológicos?

Lo sorprendente es que las mascotas, esos adorables animalitos que tenemos en casa y de los que jamas sospecharíamos que pueden tener algo que ver con el calentamiento global, tienen una huella mucho más importante de lo que puedes imaginar. De hecho, la huella ecológica de nuestros animales de compañía pueden incluso ser mayor que la del más voraz de los automóviles. El mejor amigo del hombre resulta, además, uno de los peores enemigos del planeta.

El perro tiene una huella de carbono- tan destructiva como el todoterreno.

La controversia ha sido planteada por los autores de un libro titulado “Hora de comerse al perro” (La hora de comer del perro). Robert y Brenda Vale han calculado que se necesitan 0,84 hectáreas de tierra para mantener alimentado un perro mediano. El motor de 4.600 cm3 de un enorme Toyota Land Cruiser, por ejemplo, suponiendo que recorre 10.000 kilómetros al año, solo necesita el equivalente a 0,41 hectáreas. Y en ese valor se incluye toda la energía necesaria para la construcción del vehículo. Obviamente, no están diciendo que el Toyota coma pasto ni nada por el estilo, simplemente Robert y Brenda han utilizado la unidad “ hectáreas de tierra” para poder comparar el daño ecológico que cada uno de los contendientes genera.

A lo largo del libro pueden encontrarse otros ejemplos interesantes. Un pequeño gato, de esos que hasta pasan inadvertidos, posee la misma eco-huella que un Volkswagen Golf. Pero quizás lo más chocante de todo este análisis es que muchas mascotas resultan más “caros” (en términos ecologicos) que los humanos de muchos países. Por ejemplo, en 2004 el ciudadano medio de Vietnam tenía una huella ecológica de 0,76 hectáreas. En la misma época, un etíope se mantenia vivo con sólo 0,67 hectáreas. Si pensamos que el mundo cada vez está más escaso de recursos -prácticamente monopolizado por unos pocos países ricos- se nos hace inevitable plantearnos la siguiente antipática pregunta: ¿Realmente podemos justificar que mantener animales domésticos sea más “caro” que mantener algunas personas?

¿Un ruidoso y humeante Hummer perjudica menos el planeta que un perro?

La mayoría de los consumidores han aprendido a aceptar la magnitud de la crisis ecológica que enfrenta la humanidad. Estamos -a regañadientes- adoptando comportamientos como el uso de bombillas de bajo consumo o el uso de materiales reciclables. Empleamos baterías recargables en lugar de pilas, y nos ponemos como locos cuando leemos que alguna empresa emplea elementos contaminantes como parte del proceso de manufacturación de sus productos. Pero aún así,  renunciar a nuestras mascotas en el nombre de la ecología puede parecernos un sacrificio demasiado grande. Sin embargo, parece que si vamos a seguir manteniendo animales exclusivamente para nuestro disfrute personal, tendremos que enfrentar decisiones difíciles.

¿Cómo hacer de tener mascotas algo más ecológico?

La propuesta de los autores, que sostienen que deberíamos “reciclar” nuestras mascotas o convertirlas -a su vez- en alimento para mascotas al final de su vida, seguramente nos parecerá un horror. La perspectiva de criar pollos que podamos comer en lugar de perros y gatos también es poco atractiva. Sin embargo, hay formas de convertir el impacto ambiental generado por nuestras mascotas en algo más aceptable.

Dejando de consumir bolsa tras bolsa de alimento balanceado y dando a nuestros perros y gatos las sobras de nuestras comidas puede tener un efecto inmediato en la solución del problema. Y si seguimos prefiriendo los alimentos “especializados”, al menos elijamos los que han sido elaborados a partir de desperdicios de otras industrias alimenticias y -siempre que sea posible- cerca de nuestras casas. Un parte de la huella de carbono originada por los animales de compañía se debe a la contaminación producida por los camiones empleados para transportar de una punta a otra del país sus alimentos.

Cada gato posee la misma eco-huella que un Volkswagen Golf.

Obviamente, los fabricantes de alimentos “premium” para mascotas hacen todo lo posible para convencernos que sus productos son prácticamente indispensables para nuestros queridos animales. Sin embargo, seguramente es más saludable darles de comer los restos de nuestra propia comida que un producto lleno de hormonas o químicos. Existe además un problema de conciencia global.

Imaginemos un país rico, con 400 millones de habitantes, en el que cada hogar tiene en promedio 4 habitantes y una mascota. Eso hace 100 millones de mascotas que hay que alimentar. Si Robert y Brenda han hecho bien sus cálculos, con los recursos destinados a mantener esa cantidad de animales podríamos alimentar a mas de 100 millones de personas de los países más pobres. Si la pobreza del tercer mundo no te conmueve, piensa que mantener esos animales supone el mismo daño ecológico que unos 200 millones de coches medianos humeando por las calles. ¿Sorprendente, verdad?

Un estilo de vida sostenible exige sacrificios, y parece que incluso los perros y gatos tiene que poner algo de su parte. ¿Exagerado? Puede ser. Seguramente -y sobre todo si tienes una mascota- puede que todos estos números y argumentos no terminen por convencerte. Pero aun aceptando que los autores del libro se han equivocado al analizar el problema, y que han cometido un error del 50% o 70%, la influencia que tiene en la “salud” de nuestro planeta el mantener una mascota -sobre todo si es un Gran Danés- no es en absoluto despreciable. ¿Qué te parece?

Escrito por Ariel Palazzesi

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