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Mi regreso a Second Life: A 15 años de la creación del mundo virtual de Linden Lab

Second Life

¿Recuerdas Second Life? Sí, sí, ese mundo virtual en donde la gente se gastaba miles de dólares para comprarse una parcela de tierra y lo veía como inversión. Seguro que te acuerdas, ¡cómo no te vas a acordar si hasta las noticias de la TV se hicieron eco! Era el “juego” que te prometía ganar dinero si trabajabas haciendo objetos y scripts. ¡El suficiente para mantener a tu familia! El mismo mundo virtual en el que podías poner un comercio para vender tu mercadería, tanto virtual como real, a cambio de hermosos linden dollars (L$). En donde podías trabajar como prostituta/o con tan solo crearte un lindo skin hecho a medida para cachondear a los clientes. 

Bueno, ese mundo virtual todavía existe, después de 15 años, y de todo lo anterior, lo único que quedaron son las prostitutas. Y como yo hace ya casi 12 que no lo visito (desde aquella vez que lo hice para escribir este artículo del año 2006), decidí darme una vuelta para ver en qué estaba.

Second Life, doce años después…

Mi viaje por Second Life comenzó con una sorpresa: aquella cuenta que me había hecho 12 años atrás, ¡todavía existía! Así que desempolvé el mail asociado, recuperé la contraseña y… ¡listo! Ya estaba dentro de mi Segunda Vida, con una cuenta con 12 años de antiguedad, que no me dio absolutamente ningún beneficio. Primer paso: buscar aventuras y lugares que explorar.

¡Mi vieja cuenta todavía existía!

Luego de ver las opciones disponibles, decidí entrar a un lugar en donde no hubiera nadie, para refamiliarizarme con los controles y no pasar verguenza. No fue nada difícil. La gran mayoría de los hubs están desolados, totalmente carentes de almas. Así que mi primer destino fue Aine’s Garden, un pequeño y solitario recodo en el que yo era el único visitante. Un lugar muy lindo, basado en el género de la fantasía, con unicornios, arco iris, flores gigantes sobre las que te puedes sentar, etc. Todo muy bonito, pero con sabor a poco. Solo un lugar, sin nada que hacer, más que deambular sin objetivo alguno.

Yo, sentado en una flor

Lo mismo me sucedió cuando pasé por Innsmouth, la ciudad del famoso cuento de H. P. Lovecraft. El lugar está muy bien recreado. Sombrío, lleno de detalles y totalmente explorable. Pero solo era eso. Una recreación sin otro sentido más que el de existir y sin absolutamente nada que hacer, totalmente despoblado. Fue ahí mismo que me pregunté: ¿quién mantiene estos lugares en línea? Porque su existencia le cuesta dinero a sus creadores, cientos de dólares. La respuesta vino en forma de cartel: “Salvemos a Innsmouth”, decía, y pedía donaciones en L$ para mantener el lugar. Al momento de mi visita, en total, llevaban recaudados unos 130163L$ (514 dólares de los reales).

¡Salvemos a Innsmouth!

¡Me estaba aburriendo! Pero seguramente era yo el problema, que estaba evitando los lugares con gente por eso de mi ansiedad social. Y este, claro, es un mundo virtual para sociabilizar. Bueno, ¡basta de recorrer lugares desolados! Rebuscando entre los acontecimientos del día, entonces, encontré el lugar perfecto para un tipo como yo: Un festival en honor a Lovecraft, por motivo de su reciente aniversario. Veinticinco asistentes, un cronograma de eventos bastante decente y todo totalmente gratis.

Cronograma de eventos del festival de Lovecraft

No estuvo nada mal. Escuché un poco de metal, intercambié algunos “Iä! Iä! Cthulhu fhtagn!” con los asistentes y me quedé a escuchar la lectura de algunos extractos de los cuentos del prócer del horror cósmico. Pero lo cierto es que me seguía aburriendo. Si no fuera porque estaba obligado a recorrer el lugar un rato más para escribir este artículo, en este punto ya me hubiese desconectado y dado por finalizado mi regreso a Second Life.

Disfrutando de las lecturas del festival

Pero no, me obligué y fui a un parque de diversiones. ¿El problema? Para subirse a los juegos… ¡había que pagar! Ahora, piénsalo bien, amigo lector: ¿qué sentido tiene que uno gaste dinero para ver a su personaje dar vueltas sobre el caballito de un tiovivo (carrusel, calesita) durante treinta segundos? No, en serio, piénsalo. Porque ahí reside el mayor problema de Second Life. Todo es fútil, vano, irrelevante, carente de razón, despojado de sustancia real. ¿Soy yo el amargado o realmente es una estupidez supina?

Volando de aquí para allá

Los burdeles de Second Life

Enojado, quise ir a donde todos sabemos está el jugo de Second Life: ¡los burdeles! Ahí sí había un poco más de gente, totalizando en promedio 30 asistentes por cada “mundo adulto”. Me saqué la ropa (porque si vamos a hacerla, la hacemos bien), cogí un pene gratis (de la caja de penes gratis) para incrustar en mi personaje y me puse a dar vueltas por el lugar. Algunas prostitutas me ofrecieron sus servicios (les dije que “no, muchas gracias“, por si quieres saber), una chica me envió un enlace hacia Ebay para que comprara un dildo muy bonito que (según ella) era de elaboración artesanal y una elfa me escribió al privado para preguntarme si no quería un show por CAM, que solo me iba a costar 1000L$ por una hora de “compañía”.

Un stripclub de mala muerte, en el que decidí no quedarme

En eso, y mientras veía fascinado a una unicornio con sobrepeso bailar desnuda (odiándome por estar disfrutándolo), un usuario se contactó conmigo y me dijo, literalmente, en inglés: “un usuario con 11 años de antiguedad, actuando como un usuario con una hora de antiguedad“. Ja, ja, muy gracioso, MilliM. ¡Si me quedo trabado en las paredes es porque mi conexión apesta y tengo LAG, no porque sea un tontuelo! MilliM, igual, resultó ser buen tipo. Charlamos un rato, le expliqué que solo había usado la cuenta para entrar una vez, hace casi 12 años, de pura curiosidad y que ahora volvía para ver cómo había avanzado el asunto. “Mucha diversión inofensiva“, me dijo al respecto. “Y ahora me voy al INFIERNO del mundo real“, agregó antes de partir. No supe cómo tomarme sus últimas palabras, así que seguí viendo a la unicornio con sobrepeso bailar un ratito más (y no, no voy a poner foto de eso).

Parte de la charla. A la izquieda, recortada, la unicornio

Habiendo tenido suficiente de avatares desnudos en poses que harían ruborizar a la mismísima Cicciolina, quise ir a la zona de juegos. Pero no pude. Tenía que tener la información de mi tarjeta de crédito asociada a la cuenta. Aparentemente, esos juegos dan premios en moneda virtual así que para participar hay que pagar. Sí, claro. ¡No voy a casinos en la vida real, ni en chiste pago por ir a uno virtual!

El emporio de lo gratis

Mi última parada por Second Life fue la más divertida. Fue en un lugar llamado “Freebie Galaxy”, un emporio con quince pisos lleno de cosas gratis para personalizar tu avatar, entre otras chucherías. Me compré varios pantalones, algunas gafas, tatuajes, diferentes colores de piel, un jet ski y “formas corporales” varias, entre otras cosas. ¡Hasta me transformé en mujer (y en una muy bonita)! Además, vi a un dragón gigante sobrevolar los cielos y a un Pikachu acosando a las chicas que caminaban por el lugar. Nunca llegué a usar mi jet ski, porque suficiente es suficiente. ¡Ya tenía bastante material para venir y escribir esta pequeña crónica! ¿o no?

Debe haber gastado mucho dinero para tener ese avatar

¿La conclusión?

Mira, hoy por hoy Second Life es un salón de chat glorificado. Sinceramente, no sé si alguna vez fue otra cosa. El lugar es inmenso, lleno de hubs, pero está mayormente desolado. No hay cosas para hacer, o nada sustancial al menos. Casi todo sale dinero (menos los penes, claro) y por todos lados hay carteles queriéndote vender algo. Es un tiradero de publicidades de todo tipo de servicios.

En lo personal, tuve que obligarme a permanecer allí para tener cosas más o menos interesantes que contarte, y creo que ni para eso me rindió. Y fue curioso, porque mientras recorría Second Life, a cada rato minimizaba la ventana para charlar con mis amigos de Facebook. Creo que ahí reside el mayor problema para el mundo virtual de Linden Labs: las redes sociales son nuestra verdadera segunda vida y no necesitan tanta parafernalia para mantenernos cautivos.

Bueno, eso.

¡Nos vemos dentro de otros 12 años, Second Life!

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