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Desarrollan bomba electromagnética portátil

Hace años que los encargados de desarrollar nuevas clases de armamento buscan la bomba electromagnética perfecta. Estos dispositivos, que permiten freír cualquier equipo electrónico que se encuentre en una determinada zona sin dañar a las personas o a los edificios, han reducido su tamaño y ya pueden ser considerados “portátiles”. ¿Qué pasaría se detona una en una ciudad grande?

A la hora de ganar una guerra se ponen sobre la mesa todas las cartas que un ejército tiene a su disposición. Durante años, los investigadores encargados de crear nuevos armamentos de casi todas las potencias nucleares (y los de algunas que no lo son) han estado trabajando sobre un bonito efecto descubierto por casualidad en 1962. Se trata del pulso electromagnético (PEM, o EMP por “electromagnetic pulse”), un efecto secundario descubierto durante las pruebas atómicas efectuadas durante los primeros años de la guerra fría. Durante algunos de los ensayos nucleares se advirtió que inmediatamente después de una explosión nuclear, todos los equipos electrónicos que se encontraban a menos de una determinada distancia de la detonación se dañaban.

Luego de investigar el asunto, se determinó que los efectos electromagnéticos de la detonación nuclear eran los responsables de tales fallos. Una gran parte de la energía liberada por la bomba atómica tiene la forma de rayos gamma y rayos X. La radiación gamma es altamente penetrante e interactúa con la materia –aire circundante incluido-  ionizándolo todo. A pesar de que el efecto tiene una duración extremadamente breve, del orden de las millonésimas de segundo, alcanza para crear un campo electromagnético de una enorme intensidad y kilómetros de diámetro. Dado que la mayoría de los equipos electrónicos están diseñados para funcionar con intensidades de corriente pequeñas, las corrientes inducidas por el PEM logran inutilizarlos. Esto ocurre independientemente de que estén encendidos o no. Un chip normalmente es una pequeña porción de silicio metido dentro de plástico y unido a unas patitas metálicas muy pequeñas, lo que lo hace prácticamente inmune a los efectos del PEM. Pero como generalmente está soldado a una placa de circuito impreso mucho mayor, resulta destruido al ser atravesado por las corrientes inducidas en la placa, cuyas “vías” actúan como una antena.

Los sistemas digitales que permiten funcionar a los ordenadores (gadgets, coches y móviles incluidos) son especialmente sensibles a este tipo de ataque. Según el Institute of Electrical and Electronics Engineers (IEEE o Instituto de Ingenieros Eléctricos y Electrónicos), la mayor parte de componentes electrónicos actuales “mueren” en presencia de pulsos electromagnéticos con una intensidad comprendida entre los 3.000 y 4.000 voltios por metro. Un ataque de pulso electromagnético puede generar campos con intensidades en torno a 50.000 voltios por metro, un valor doce veces superior.

Este efecto, como puedes imaginar, resultó altamente interesante para los encargados de planificar las guerras, y rápidamente los ingenieros a cargo se pusieron a trabajar en la mejor manera de crear estos pulsos. Dado que la industria bélica no suele tener demasiadas restricciones de presupuesto, en pocos años pusieron a punto unos dispositivos llamados “bombas electromagnéticas” cuyo objetivo era crear el caos en las fuerzas enemigas al privarlos de las ventajas que otorga la electrónica en el campo de batalla. Lamentablemente (para ellos) estos chismes eran enormes y difíciles de transportar, por lo que su uso siguió siendo sólo el  sueño húmedo de algún general.

Hace más o menos una década se logró desarrollar dispositivos de este tipo de unos 3,5 metros de largo, un tamaño bastante manejable. Y recientemente, los investigadores de la Texas Tech University han construido –gracias a la ayuda y financiación del ejército de EE.UU.- un cacharro de 15 cm. de diámetro y sólo 1,5 metros de largo. Estas medidas le permiten calificar como “portátil”. Al menos en teoría, ya es posible meter una de estas cosas dentro de un coche o furgón, llevarlo al centro de una ciudad, detonarlo y cargarse toda su electrónica. La pregunta del millón es, por supuesto, qué ventaja táctica presenta el uso de una bomba electromagnética frente a un ataque convencional.

En principio, la principal diferencia que tiene una de estas “bombas” frente a una del tipo “normal” (nuclear o no) es que no mata a las personas. O al menos no las mata directamente, ya que el completo caos civil y militar que se produciría en el área afectada al dejar de funcionar los servicios esenciales -electricidad, agua potable, distribución de alimentos, comunicaciones, hospitales, etc.- seguramente produciría centenares de bajas. Esto se debe a que si bien los seres vivos (y los objetos no eléctricos) son inmunes al PEM de manera directa, indirectamente reciben el daño colateral debido al fallo simultáneo de sus equipos, sin que exista una posibilidad realista de repararlos en poco tiempo, ya que los repuestos necesarios también resultan afectados. Sin embargo, esto es –si existe tal cosa- menos malo que cargarse a millones de personas con una detonación nuclear.

Por supuesto, en la guerra no abunda la racionalidad, y podría ser que a alguna nación -por algún motivo étnico o religioso- le resulte preferible utilizar armas que eliminen a las personas. Hemos visto cómo han muerto millones de humanos solo por tener una creencia diferente, o ser de un color distinto, así que no es imposible imaginar a alguien sentado en un escritorio tomando la decisión de arrasar una ciudad por completo en lugar de dejarla fuera de combate mediante un PEM estratégico. Irónicamente, los ejércitos más afectados por este tipo de armamento son los más tecnificados. Si por algún motivo un país pequeño (y que no dependa tanto de la electrónica) logra construir uno de estos artefactos, le podría hacer pasar un muy mal rato a otro que teóricamente es mucho más poderoso.

Los especialistas también han especulado con los ataques con pulsos electromagnéticos producidos a gran altitud, ejecutado mediante la detonación de un arma nuclear en la parte superior de la atmósfera terrestre. Un ataque de estas características posee efectos instantáneos capaces de paralizar regiones tan grandes como un continente. Un PEM de este tipo desarticularía completamente las infraestructuras vitales de cualquier nación moderna, provocando el despoblamiento de las grandes ciudades y un número enorme de víctimas por el hambre, las epidemias, la debacle económica y la aniquilación del entramado social. Algunos analistas creen que sería “un buen paso” antes de realizar un ataque nuclear, y se supone que ningún país está en condiciones de sobrevivir a un PEM de este tipo como entidad social organizada.

En la actualidad no se conoce ninguna clase de defensa que resulte eficaz contra este tipo de ataque. Si bien es posible proteger instalaciones o vehículos individuales mediante el uso de técnicas muy complejas, es imposible defender todo lo que la infraestructura de una ciudad grande necesita para funcionar. Al menos hasta la fecha, cualquier ciudad –especialmente las más grandes- están indefensas frente a un ataque de este tipo.

Escrito por Ariel Palazzesi

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