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Los árboles lunares

Además de los astronautas de las misiones Apolo, hay en nuestro planeta cientos de “criaturas” que han estado en la Luna. Cuando el 31 de enero de 1971 el Apolo 14 despegó de la Tierra, uno de sus tripulante llevaba consigo semillas de una gran variedad de arboles. Árboles que, al regresar a nuestro planeta, fueron plantados y trasplantados casi sin control. Tanto, que la mayoría de ellos tienen “paradero desconocido”. A simple vista parecen árboles ordinarios, pero son especiales porque han estado en la Luna. Su viaje es parte de una historia asombrosa.

La misión Apolo 14 estuvo a punto de convertir el trabajo de la NASA en un circo mediático. Luego de los nervios pasados con los problemas del Apolo 13, la agencia y sus hombres necesitaban un poco de distensión, así fue como Alan Shepard y Edgar Mitchell se convirtieron en los dos astronautas que más se divirtieron en nuestro satélite natural. En efecto, además de realizar experimentos, montar aparatos de investigación científica y recolectar unos 43 kilogramos de rocas y polvo lunares, Shepard se las ingenió para ocultar entre sus petates la cabeza de un palo de golf y varias pelotas.

Una vez en la Luna, utilizó un trozo de tubo para montarse un palo con el que, muy tranquilamente, se dedicó a enviar las pelotas hacia algún lugar selenita. Mientras tanto, en la sala de control en la Tierra, no daban crédito a lo que veían. Mitchell no podía ser menos que su compañero, así que se pasó un buen rato efectuando “lanzamientos de jabalina” con un objeto de la expedición, a la vez que declaraba inauguradas las primeras Olimpiadas Lunares.

Las semillas se convirtieron en árboles adultos, que crecieron con normalidad.

Pero mientras estos dos aprendices de payasos hacían sus trucos (muchos creen que estaba todo cuidadosamente planeado por la NASA), el tercer tripulante de la misión, Stuart Roosa, daba 34 vueltas alrededor de la Luna a bordo del módulo de mando Kitti Hawk. Pero Roosa no estaba solo: dentro de su estuche personal había un cilindro de metal de 15 por 8 cm, lleno de semillas. Todo un “bosque” lo acompañaba en sus giros.

A cada astronauta se le permitía llevar algunos objetos personales en sus viajes, dentro de sus PPK (por Personal Preference Kits, o Estuches de Objetos Personales). En general llevaban monedas, estampillas o cosas que luego los coleccionistas compraban a precios “muy interesantes”. Pero otros daban la nota. Al Shepard llevó pelotas de golf, John Young llevó un emparedado de carne a la pimienta, y Stuart Roosa (con un pasado ligado estrechamente al servicio forestal de Estados Unidos) llevó semillas. De hecho, para seleccionar las variedades de árboles que transportaría al espacio recibió asesoramiento de Stan Krugman, quien era director de personal del área de investigaciones en genética forestal, del Servicio Forestal de los EE.UU. en 1971. Dentro de su estuche Roosa llevaba secoyas, pinos Loblolly, sicomoros, abetos Douglas y robles españoles.

Fue mitad ciencia y mitad publicidad”, reconoció Krugman. “Los científicos deseaban averiguar qué les ocurriría a las semillas si hicieran un viaje a la Luna. ¿Germinarían? ¿Se desarrollarían como árboles normales?” Los viajes espaciales recién comenzaban, y los biólogos prácticamente no habían efectuado experimentos en el espacio. “También deseábamos regalar las semillas como parte de la celebración de nuestro Bicentenario en 1976”, agrega. Se escogieron esas especies porque crecen muy bien casi en todo el territorio de los Estados Unidos. Además, “las semillas provenían de dos institutos de genética del Servicio Forestal. En la mayoría de los casos, conocíamos a sus progenitores (un requisito clave para cualquier estudio genético posterior al viaje)”, aclara Krugman.

Stuart Roosa llevó semillas a la Luna.

Pero al volver a la Tierra hubo un incidente que casi hace fracasar los planes de Krugman y Roosa. Mientras se llevaban a cabo los protocolos de descontaminación, el cilindro con las semillas quedó expuesto al vacío y la presión interna hizo que se abriese. Las semillas salieron despedidas y la bajísima presión hizo que muchas se dañasen. “No estábamos seguros de que aún fuesen viables”, dijo Krugman, que igualmente se encargó de separar las semillas por especies y enviarlas a los laboratorios del Servicio Forestal en Mississippi y California. A pesar del trauma sufrido, prácticamente todas las semillas se convirtieron en brotes. De pronto, teníamos cientos de arbolitos que habían estado en la Luna.

Durante meses y años los brotes se convirtieron en árboles adultos, que crecían con normalidad. Incluso “se reprodujeron con árboles comunes terrestres, y sus descendientes, a los que llamamos árboles semi-lunares, también eran normales”. Obviamente, los análisis de ADN no eran algo rutinario en los años 70, así que los árboles lunares no fueron analizados con la profundidad suficiente. Podrían existir diferencias sutiles aún por descubrir, pero cuando en 1975 los arboles se entregaron a diferentes instituciones que los plantaron en varios lugares, las cosas se salieron de control.

Como es lógico, todos querían tener su propio árbol lunar. Entre 1975 y 1976 se enviaron arboles a la Casa Blanca, a la Plaza de la Independencia en Filadelfia, y al emperador de Japón. “Muchos senadores querían árboles para plantarlos en las ceremonias de inauguración de edificios. Incluso hicimos algunas plantaciones en Nueva Orleans porque el alcalde, de apellido Moon (Luna en inglés), quería algunos”, recuerda Krugman. Tantas fueron las solicitudes, que hizo falta “producir brotes adicionales a partir de injertos de los árboles originales”. Lamentablemente, nadie se preocupó de llevar un registro del destino de cada árbol. Actualmente, la localización de muchos de los árboles lunares es desconocida.

En la tumba de Roosa se plantó un arbol lunar de segunda generación.

Dave Williams, un científico de la NASA, ha encontrado varios ejemplares. La mayoría de los árboles lunares fueron plantados como parte de una ceremonia; por esto, usualmente hay alguna señal o placa cerca que los identifica, pero otros no tienen identificación alguna. “Encontré un árbol lunar en Goddard, justo al lado de mi oficina”, cuenta Williams. “No tenía idea de que estaba allí”. Los análisis de ADN permiten confirmar o descartar los casos “sospechosos”, pero seguramente muchos, sobre todo los de segunda o tercera generación, nunca serán ubicados. “Ahora, con muchos años sobre sus espaldas, ya están completamente desarrollados. Parecen árboles ordinarios”, dijo  Williams en su momento, “pero son especiales porque han estado en la Luna”.

Escrito por Ariel Palazzesi

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